La visita al Parque de la Paz de Hiroshima por Japonesca.





Durante el viaje de estudios que Japan Foundation organizaba para estudiantes sobresalientes de la lengua japonesa, tuvimos ocasión de visitar el Museo de La Paz, en Hiroshima, conmemorativo de la destrucción de la ciudad por la bomba atómica en agosto de 1945.

En el trayecto hacia el museo tuvimos ocasión de ver una ciudad nueva, moderna y de luz alegre. La bomba que allí explotó sólo dejó una huella: La fachada a medio derruir de un gran edificio en el centro de la ciudad. A su alrededor, edificios modernos y bien cuidados, y puentes sobre sus ríos con la más moderna ingeniería.

Se accede al Museo de la Paz por un parque muy frecuentado por los ciudadanos; de hecho son muchos los grupos de ancianos que se reúnen allí para jugar al popular «go», o damas chinas.

Entre ese ambiente relajado y lúdico, con abuelitas jardineras que mantienen el lugar impecable, y un monumento en el centro del parque, conmemorativo de las víctimas de la bomba que aún sobreviviendo a la explosión primera, fueron víctimas de todo tipo de tumores y enfermedades consecuencia de la posterior nube tóxica.

A los pies del monumento, montañas de guirnaldas hechas con palomas de origami de muchos colores. Es un tributo que muchos visitantes rinden en homenaje a esas víctimas. Cada paloma expresa el deseo de paz, y de que semejantes acciones no se repitan jamás.

Al entrar en el Mueso, lo primero que se puede leer es el mensaje de bienvenida: Ese no es un museo como la mayoría, que guarda una belleza digna de admirar; El Museo de la Paz de Hiroshima existe para no dejar caer en el olvido los hechos y horrores que allí sucedieron, para despertar una nueva conciencia en la humanidad, un deseo de paz y armonía.

Sí, un museo de los horrores donde se podían ver las estatuas de cera de una familia que intentaban huir del fuego mientras su cuerpo se iba literalmente derritiendo a causa del calor intenso, uniformes de colegial tal hechos harapos después de la exposición a la radioactividad, puertas de metal deformadas por efectos del calor intenso.

En una ciudad costera como Hiroshima, rodeada por una cadena montañosa que la aislaba del interior, los efectos de la bomba atómica fueron devastadores. Quizás tuvieron más suerte aquellos a los que la Bomba los mató de inmediata, porque los datos del día después y la Lluvia Negra que afectó a cientos de miles de ciudadanos hacen ver que tuvieron que enfrentarse a todo tipo de enfermedades y agonías.

La destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por la bomba atómica que puso fin a la Segunda Guerra Mundial fue uno de los acontecimientos más trágicos que pudo vivir el pueblo japonés, que si bien ha estado siempre acostumbrado a los desastres naturales en mayor o menor grado, en esta ocasión la destrucción y la muerte llegó de manos de la bomba atómica.

Al salir de aquel Museo, brillaba el sol en el cielo, los abuelos seguían jugando al go, las abuelitas arreglando los jardines, los visitantes en su ir y venir, y unas palomas, esta vez de carne y hueso y acostumbradas a ver salir del museo rostros apenados, que se acercaban a los visitantes en busca de su alimento. A cambio te ofrecían su cariño, cariño de palomas, que por algo forman parte del símbolo de la paz.

Del Museo de la Paz de Hiroshima no se sale igual que se entró. Por un poco de empatía que se sienta hacia todos aquellos que vivieron la tragedia, nuestra sensibilidad se puede ver herida, pero sólo para dejar paso al deseo de paz para la humanidad.





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